A veces la vida se esconde y te deja sólo ante el peligro. Te descubres inmóvil ante la incógnita de no saber cómo seguir adelante. Ves las dos opciones que tienes ante ti, y lo que supone tomar cada uno de esos caminos.
En uno de ellos se pueden ver, de lejos, ciertas cosas. Aunque el espeso ramaje apenas deja entrar la luz, reconoces los baches, las curvas, las luchas que tienes por delante. Y aunque te resulten familiares, dudas de tus propias capacidades, de tu valor, de la fuerza que aún te quede para poder vencerlos. Pero un poco más allá, a lo lejos, se intuye una luz que te sigue seduciendo. Pequeñita pero firme.
En el otro solo consigues ver un cambio de rasante. Un camino que sabes que va a comenzar con una bajada pronunciada, y después, la incógnita. Tú incógnita. Un camino donde perderte para volver a encontrarte. Un camino que sabes que descubrirás solo, sin más compañía que tus ganas por crecer y volver a quererte.
Después de tanto tiempo, me he dado cuenta de que las cosas que me asustan, me hacen más feliz.
Aquí es donde está el problema. Los dos me asustan tanto que me siento incapaz de dar un paso más.
Nunca se me dio bien tomar decisiones. Ni que me obliguen a tomarlas. Yo siempre fui más de salirme del camino, de olvidarme de todo esto y crear el mio propio.
Fluir, sin más objetivo que fluir.