Se conocieron por casualidad. Así es como empiezan las verdaderas historias de amor. Fruto de un azar que va colocando cada una de las piezas en su sitio exacto, haciéndolas encajar como si siempre hubieran estado ahí. Cada momento era justo como tenía que ser, cada palabra estaba llena de profundo significado, que se marcaba a fuego en cada uno de ellos. Era uno de esos momentos que jamás olvidas, que según los vives, sabes que serán eternos, y que, con toda probabilidad, algún día volverán a tu cabeza para sacarte sonrisas.
Aunque eran muy diferentes y sus gustos se complementaban, guardaban un cierto parecido que les hacía sentirse reflejados en el otro. Sus defectos parecían cualidades, y las virtudes no existían realmente, porque, para sus ojos, eran todo virtud.
Los momentos de silencio no eran incómodos, y jamás lo fueron, porque era en esos silencios cuando realmente comprendían lo afortunados que eran de encontrarse justo ahí en ese preciso instante, al lado de la persona más maravillosa que habían conocido en la vida.
No había discusiones porque no había nada sobre lo que discutir. Cuando no llegaban a un acuerdo, alguno de los dos cedía, sin importar quién, dejando el ego a un lado, y sin guardar rencor. Sin echarlo en cara. Sabían que era por el bien de los dos, y eso era lo más importante. Se sentían parte el uno del otro, la misma persona y a la vez personas separadas. Una esfera perfecta sin dejar de ser dos mitades independientes.
Ella le creía una gran persona, y quizá por no llevarle la contraria, o porque también él lo acabó creyendo, se convirtió en mejor persona. Sacaba lo bueno a relucir y lo malo quedaba relegado a un segundo plano, apartado y casi olvidado. Cierto es que cuando no recuerdas algo, no lo tienes en mente, y acaba perdiendo importancia, llegando casi a desaparecer.
Él sabía que ella era única. No había otra igual. No tenía que seguir buscando, porque no había nada que buscar. Hay quien duda y piensa que no ha buscado lo suficiente, que quizá haya algo mejor ahí fuera. Que está siendo conformista, o que su felicidad no es verdadera. A él esa duda jamás lo afectaría. Porque aunque objetivamente bien es posible que haya alguien mejor o peor que ella, sería diferente. No sería ella. Y ella era justamente lo que el quería.
Todos creen que la fase de enamoramiento de las relaciones acaba desapareciendo con el tiempo, y la rutina hace su aparición sin ser llamada. Pero estaba claro que a ellos no les pasaría eso. Estaban hechos el uno para el otro, y siempre iba a ser así.
Pero su siempre no sería eterno.
Acabó, como todos los sueños, al despertar.