Empiezo a pensar que el amor de verdad, real y sincero, está dejando de existir. Las muestras de afecto y cariño se entregan tan sólo por el ansiado deseo de recibirlas de vuelta, y la gente crea sus círculos sociales de manera interesada, pensando en el beneficio que se podrá sacar de cada uno.
Me planteo la posibilidad de que detrás de todos esos actos se esconda nuestro ego, nuestra necesidad de ser amados, de sentirnos unidos a alguien, de pertenecer a algo. Nuestra necesidad de escapar a una soledad que no hace más que acosarnos en esos momentos de silencio entre planes y obligaciones, en esos paréntesis existenciales en que nos hacemos conscientes de la enormidad del universo y la pequeñez de nuestra persona. Suele ser en esos momentos cuando, quien sabe si por miedo, somos incapaces de quedarnos a solas con nosotros mismos, quizás por experiencias pasadas en las que descubrimos que es entonces cuando el frío de la soledad te cala aún más hondo en los huesos.
Y decidimos querer. Nos decimos a nosotros mismos que necesitamos a alguien a quien entregar nuestro amor, cuando la cruda realidad de lo que buscamos es recibir ese amor de vuelta. Una relación pierde la gracia cuando queremos y no recibimos nada a cambio. Nos frustra, perdemos el interés ante esas personas, incluso nos enfadamos con ellas. Buscamos pasar tiempo con ellas, disfrutar de su compañía. ¿Cuanto hay de desinteresado en ese amor? ¿Estamos dispuestos simplemente a sentarnos en un banco a escuchar sus problemas con la pura intención de ayudarlas a sentirse mejor?
Quisiera saber quién estaría de verdad dispuesto a esto, todos los días, sin buscar nada a cambio, y contar con esa persona, contar con ella para siempre. Esas son las personas que valen la pena, aunque estén en peligro de extinción. Hay a quien se lo intuyes y hay quien te lo prueba día a día Y hay quienes una y otra vez se esfuerzan en demostrar que lo primero no eres tú. Que las escalas de prioridades se ordenan descendiendo bajo un YO demasiado mayúsculo.
Vivimos en un mundo en el que los lazos han perdido su valor y la confianza se muestra esquiva, quizás cansada de perderse una y otra vez. La fidelidad ha dejado de importar y se sustituye por el placer, por diversión inmediata y pasajera, por interés individual. Buscamos satisfacer necesidades básicas, y dejamos de pensar en los otros. Ha dejado de importarnos el bienestar de los demás, puede que por la incapacidad de satisfacer el nuestro.
Creo que se están perdiendo los principios, y así es imposible alcanzar finales felices.