La falta de compromiso de hoy en día empieza a ser poco más que alarmante. Y no hablo de matrimonio, ni de los hijos ni nada por el estilo. Hablo del compromiso diario. De dar un poco de ti para recibir un poco de los otros. Te acabas cansando de dar tanto y de recibir basura. Porque el egoísmo ya ha traspasado fronteras insospechadas. Y no es solo de un círculo personal concreto de lo que hablo. Es una maldita tendencia generalizada. La gente es cada vez más independiente y encima entiende esa independencia como un valor especial. Como si la vida no fuese con ellos. Como si vivir no fuese social. Se ausentan en sus experiencias personales y emociones creyéndose más que los demás por no necesitar nada de ellos. Y pobres, no se dan cuenta que necesitamos todos de todos. Que levantando muros y aislándose, solo conseguirán sentirse más y más vacíos cada vez, requiriendo experiencias cada vez más extremas para seguir sintiendo... algo. Para seguir sintiendo. Y aquí nos quedamos aquellos que reconocemos necesitar de los demás, con dos palmos de narices, pues nadie necesita de nosotros.
Pero yo, por mi parte, no me voy a rendir. Seguiré tendiendo puentes, para quien quiera pasar por ellos. Puede que algún día alguien tenga la humildad de reconocer que solo no puede con todo. De aceptar su naturaleza social, de tener el valor de pedir ayuda. Y entonces, con suerte, quizá encuentre uno de mis puentes. Quizá sigan en pie.
Para ayudar a cruzar ríos, que de otra forma, serían infranqueables.
jueves, 12 de septiembre de 2013
sábado, 10 de agosto de 2013
Amor
Se conocieron por casualidad. Así es como empiezan las verdaderas historias de amor. Fruto de un azar que va colocando cada una de las piezas en su sitio exacto, haciéndolas encajar como si siempre hubieran estado ahí. Cada momento era justo como tenía que ser, cada palabra estaba llena de profundo significado, que se marcaba a fuego en cada uno de ellos. Era uno de esos momentos que jamás olvidas, que según los vives, sabes que serán eternos, y que, con toda probabilidad, algún día volverán a tu cabeza para sacarte sonrisas.
Aunque eran muy diferentes y sus gustos se complementaban, guardaban un cierto parecido que les hacía sentirse reflejados en el otro. Sus defectos parecían cualidades, y las virtudes no existían realmente, porque, para sus ojos, eran todo virtud.
Los momentos de silencio no eran incómodos, y jamás lo fueron, porque era en esos silencios cuando realmente comprendían lo afortunados que eran de encontrarse justo ahí en ese preciso instante, al lado de la persona más maravillosa que habían conocido en la vida.
No había discusiones porque no había nada sobre lo que discutir. Cuando no llegaban a un acuerdo, alguno de los dos cedía, sin importar quién, dejando el ego a un lado, y sin guardar rencor. Sin echarlo en cara. Sabían que era por el bien de los dos, y eso era lo más importante. Se sentían parte el uno del otro, la misma persona y a la vez personas separadas. Una esfera perfecta sin dejar de ser dos mitades independientes.
Ella le creía una gran persona, y quizá por no llevarle la contraria, o porque también él lo acabó creyendo, se convirtió en mejor persona. Sacaba lo bueno a relucir y lo malo quedaba relegado a un segundo plano, apartado y casi olvidado. Cierto es que cuando no recuerdas algo, no lo tienes en mente, y acaba perdiendo importancia, llegando casi a desaparecer.
Él sabía que ella era única. No había otra igual. No tenía que seguir buscando, porque no había nada que buscar. Hay quien duda y piensa que no ha buscado lo suficiente, que quizá haya algo mejor ahí fuera. Que está siendo conformista, o que su felicidad no es verdadera. A él esa duda jamás lo afectaría. Porque aunque objetivamente bien es posible que haya alguien mejor o peor que ella, sería diferente. No sería ella. Y ella era justamente lo que el quería.
Todos creen que la fase de enamoramiento de las relaciones acaba desapareciendo con el tiempo, y la rutina hace su aparición sin ser llamada. Pero estaba claro que a ellos no les pasaría eso. Estaban hechos el uno para el otro, y siempre iba a ser así.
Pero su siempre no sería eterno.
Acabó, como todos los sueños, al despertar.
Aunque eran muy diferentes y sus gustos se complementaban, guardaban un cierto parecido que les hacía sentirse reflejados en el otro. Sus defectos parecían cualidades, y las virtudes no existían realmente, porque, para sus ojos, eran todo virtud.
Los momentos de silencio no eran incómodos, y jamás lo fueron, porque era en esos silencios cuando realmente comprendían lo afortunados que eran de encontrarse justo ahí en ese preciso instante, al lado de la persona más maravillosa que habían conocido en la vida.
No había discusiones porque no había nada sobre lo que discutir. Cuando no llegaban a un acuerdo, alguno de los dos cedía, sin importar quién, dejando el ego a un lado, y sin guardar rencor. Sin echarlo en cara. Sabían que era por el bien de los dos, y eso era lo más importante. Se sentían parte el uno del otro, la misma persona y a la vez personas separadas. Una esfera perfecta sin dejar de ser dos mitades independientes.
Ella le creía una gran persona, y quizá por no llevarle la contraria, o porque también él lo acabó creyendo, se convirtió en mejor persona. Sacaba lo bueno a relucir y lo malo quedaba relegado a un segundo plano, apartado y casi olvidado. Cierto es que cuando no recuerdas algo, no lo tienes en mente, y acaba perdiendo importancia, llegando casi a desaparecer.
Él sabía que ella era única. No había otra igual. No tenía que seguir buscando, porque no había nada que buscar. Hay quien duda y piensa que no ha buscado lo suficiente, que quizá haya algo mejor ahí fuera. Que está siendo conformista, o que su felicidad no es verdadera. A él esa duda jamás lo afectaría. Porque aunque objetivamente bien es posible que haya alguien mejor o peor que ella, sería diferente. No sería ella. Y ella era justamente lo que el quería.
Todos creen que la fase de enamoramiento de las relaciones acaba desapareciendo con el tiempo, y la rutina hace su aparición sin ser llamada. Pero estaba claro que a ellos no les pasaría eso. Estaban hechos el uno para el otro, y siempre iba a ser así.
Pero su siempre no sería eterno.
Acabó, como todos los sueños, al despertar.
viernes, 19 de julio de 2013
Donde nadie quiere a nadie
Empiezo a pensar que el amor de verdad, real y sincero, está dejando de existir. Las muestras de afecto y cariño se entregan tan sólo por el ansiado deseo de recibirlas de vuelta, y la gente crea sus círculos sociales de manera interesada, pensando en el beneficio que se podrá sacar de cada uno.
Me planteo la posibilidad de que detrás de todos esos actos se esconda nuestro ego, nuestra necesidad de ser amados, de sentirnos unidos a alguien, de pertenecer a algo. Nuestra necesidad de escapar a una soledad que no hace más que acosarnos en esos momentos de silencio entre planes y obligaciones, en esos paréntesis existenciales en que nos hacemos conscientes de la enormidad del universo y la pequeñez de nuestra persona. Suele ser en esos momentos cuando, quien sabe si por miedo, somos incapaces de quedarnos a solas con nosotros mismos, quizás por experiencias pasadas en las que descubrimos que es entonces cuando el frío de la soledad te cala aún más hondo en los huesos.
Y decidimos querer. Nos decimos a nosotros mismos que necesitamos a alguien a quien entregar nuestro amor, cuando la cruda realidad de lo que buscamos es recibir ese amor de vuelta. Una relación pierde la gracia cuando queremos y no recibimos nada a cambio. Nos frustra, perdemos el interés ante esas personas, incluso nos enfadamos con ellas. Buscamos pasar tiempo con ellas, disfrutar de su compañía. ¿Cuanto hay de desinteresado en ese amor? ¿Estamos dispuestos simplemente a sentarnos en un banco a escuchar sus problemas con la pura intención de ayudarlas a sentirse mejor?
Quisiera saber quién estaría de verdad dispuesto a esto, todos los días, sin buscar nada a cambio, y contar con esa persona, contar con ella para siempre. Esas son las personas que valen la pena, aunque estén en peligro de extinción. Hay a quien se lo intuyes y hay quien te lo prueba día a día Y hay quienes una y otra vez se esfuerzan en demostrar que lo primero no eres tú. Que las escalas de prioridades se ordenan descendiendo bajo un YO demasiado mayúsculo.
Vivimos en un mundo en el que los lazos han perdido su valor y la confianza se muestra esquiva, quizás cansada de perderse una y otra vez. La fidelidad ha dejado de importar y se sustituye por el placer, por diversión inmediata y pasajera, por interés individual. Buscamos satisfacer necesidades básicas, y dejamos de pensar en los otros. Ha dejado de importarnos el bienestar de los demás, puede que por la incapacidad de satisfacer el nuestro.
Creo que se están perdiendo los principios, y así es imposible alcanzar finales felices.
Me planteo la posibilidad de que detrás de todos esos actos se esconda nuestro ego, nuestra necesidad de ser amados, de sentirnos unidos a alguien, de pertenecer a algo. Nuestra necesidad de escapar a una soledad que no hace más que acosarnos en esos momentos de silencio entre planes y obligaciones, en esos paréntesis existenciales en que nos hacemos conscientes de la enormidad del universo y la pequeñez de nuestra persona. Suele ser en esos momentos cuando, quien sabe si por miedo, somos incapaces de quedarnos a solas con nosotros mismos, quizás por experiencias pasadas en las que descubrimos que es entonces cuando el frío de la soledad te cala aún más hondo en los huesos.
Y decidimos querer. Nos decimos a nosotros mismos que necesitamos a alguien a quien entregar nuestro amor, cuando la cruda realidad de lo que buscamos es recibir ese amor de vuelta. Una relación pierde la gracia cuando queremos y no recibimos nada a cambio. Nos frustra, perdemos el interés ante esas personas, incluso nos enfadamos con ellas. Buscamos pasar tiempo con ellas, disfrutar de su compañía. ¿Cuanto hay de desinteresado en ese amor? ¿Estamos dispuestos simplemente a sentarnos en un banco a escuchar sus problemas con la pura intención de ayudarlas a sentirse mejor?
Quisiera saber quién estaría de verdad dispuesto a esto, todos los días, sin buscar nada a cambio, y contar con esa persona, contar con ella para siempre. Esas son las personas que valen la pena, aunque estén en peligro de extinción. Hay a quien se lo intuyes y hay quien te lo prueba día a día Y hay quienes una y otra vez se esfuerzan en demostrar que lo primero no eres tú. Que las escalas de prioridades se ordenan descendiendo bajo un YO demasiado mayúsculo.
Vivimos en un mundo en el que los lazos han perdido su valor y la confianza se muestra esquiva, quizás cansada de perderse una y otra vez. La fidelidad ha dejado de importar y se sustituye por el placer, por diversión inmediata y pasajera, por interés individual. Buscamos satisfacer necesidades básicas, y dejamos de pensar en los otros. Ha dejado de importarnos el bienestar de los demás, puede que por la incapacidad de satisfacer el nuestro.
Creo que se están perdiendo los principios, y así es imposible alcanzar finales felices.
miércoles, 1 de mayo de 2013
Sueños
Angustiado, di otra vuelta entre las sábanas. La sombra de mi obsesión, su frío recuerdo, devanaba mis sesos y amenazaba con atormentarme de nuevo, una noche más. La cálida imagen de su sonrisa, lejos de evaporarse con el lento devenir de los días, había cristalizado en lo más profundo de mi, y cada noche afloraba de la única forma posible, ajena a los dominios de mi voluntad.
[Escribí este texto hace un año, más o menos. Y hoy, con perspectiva, me alegra saber que ya no soy el mismo. Que aunque al final no pudimos evitarlo y nos miremos como extraños, la parte de mi que aún seguía doliendo, ya no lo hace. Que la mayoría de las heridas acaban cerrando, incluso las auto-infligidas. Y es que olvidar y pasar página , siempre tiene un precio.]
[Escribí este texto hace un año, más o menos. Y hoy, con perspectiva, me alegra saber que ya no soy el mismo. Que aunque al final no pudimos evitarlo y nos miremos como extraños, la parte de mi que aún seguía doliendo, ya no lo hace. Que la mayoría de las heridas acaban cerrando, incluso las auto-infligidas. Y es que olvidar y pasar página , siempre tiene un precio.]
lunes, 4 de marzo de 2013
Miedos Infinitos
Aviso a pensadores: El siguiente texto contiene altas dosis de negatividad. No constituye mi personalidad, ni un resumen de mi mente, tan sólo algún oscuro rincón de ella. Puede dañar a las mentes más sensibles y aburrir a las más iluminadas. En dicho caso absténganse de leerlo. Su contenido necesitaba ser vomitado, sacado de dentro de mí, para evitar que se acumulara y pudriese, para renovar la mente y el alma.
Jamás dejaré de aprender cosas nuevas, porque un día aprendí a olvidar. Desde entonces olvido a menudo:
Me olvido de mí, de mis cualidades e imperfecciones, de mi lugar en el mundo. De cómo con un gesto puedo mover montañas, y con un pensamiento, ahogarme.
Me olvido de los demás, de su profunda entrega, de su disposición y cariño. De sus palabras venenosas y acciones dañinas, de cómo el mundo conspira para hacerme caer, y después, tenderme la mano.
Me olvido de ti, pausa, tranquilidad, reflexión profunda. Me muevo en el rápido mundo de lo inmediato, del beneficio instantáneo, de la desidia y la pasividad.
Me olvido de recordar. Lo afortunado que soy, todo lo que tengo. Lo poco que puedo quejarme cuanto muchos darían tanto por estar en mi lugar. Lo mucho que he ganado con mi esfuerzo en todo este tiempo, la cantidad de cosas de las que dispongo sin merecerlo.
Me olvido de pensar en las cosas buenas de la vida. Me pierdo en lo malo, y el optimismo se vuelve esquivo y utópico, cuanto más cerca le tengo desaparece, y olvido como encontrarle. Me ahogo en mares invisibles, que me presionan el pecho y me quitan la respiración. Lanzo fieros cuchillos al aire, y poco a poco, se clavan de vuelta.
Así es como la sensación de no haber aprendido nada se apodera de mí, y creo necesario volver a aprenderlo todo. La motivación de días pasados se ha esfumado, y sin ella, recordar se hace cuesta arriba. Crecer es difícil si yo mismo me pongo sobre mi cabeza y repito continuamente lo pequeño que soy. Si mis críticas e inseguridades no dejan de perseguirme para advertirme de lo mundano de la vida, de lo temporal de nuestro paso por este planeta, de la soledad que me persigue tras cada paso y que me obliga a volver atrás. Si mi miedo infinito me impide quererme más.
Y de tanto olvidar, atascado en un atajo sin salida, sólo se torturarme. Por olvidar tanto, tan deprisa y tan a menudo. Por ser incapaz de construir cimientos robustos que sostengan mi cabeza cuando el huracán de mi mente se lo lleva todo. Por no esforzarme en salir del pozo en vez de nadar hacia adentro. Por no encontrar un final adecuado a tan deprimente despropósito.
Jamás dejaré de aprender cosas nuevas, porque un día aprendí a olvidar. Desde entonces olvido a menudo:
Me olvido de mí, de mis cualidades e imperfecciones, de mi lugar en el mundo. De cómo con un gesto puedo mover montañas, y con un pensamiento, ahogarme.
Me olvido de los demás, de su profunda entrega, de su disposición y cariño. De sus palabras venenosas y acciones dañinas, de cómo el mundo conspira para hacerme caer, y después, tenderme la mano.
Me olvido de ti, pausa, tranquilidad, reflexión profunda. Me muevo en el rápido mundo de lo inmediato, del beneficio instantáneo, de la desidia y la pasividad.
Me olvido de recordar. Lo afortunado que soy, todo lo que tengo. Lo poco que puedo quejarme cuanto muchos darían tanto por estar en mi lugar. Lo mucho que he ganado con mi esfuerzo en todo este tiempo, la cantidad de cosas de las que dispongo sin merecerlo.
Me olvido de pensar en las cosas buenas de la vida. Me pierdo en lo malo, y el optimismo se vuelve esquivo y utópico, cuanto más cerca le tengo desaparece, y olvido como encontrarle. Me ahogo en mares invisibles, que me presionan el pecho y me quitan la respiración. Lanzo fieros cuchillos al aire, y poco a poco, se clavan de vuelta.
Así es como la sensación de no haber aprendido nada se apodera de mí, y creo necesario volver a aprenderlo todo. La motivación de días pasados se ha esfumado, y sin ella, recordar se hace cuesta arriba. Crecer es difícil si yo mismo me pongo sobre mi cabeza y repito continuamente lo pequeño que soy. Si mis críticas e inseguridades no dejan de perseguirme para advertirme de lo mundano de la vida, de lo temporal de nuestro paso por este planeta, de la soledad que me persigue tras cada paso y que me obliga a volver atrás. Si mi miedo infinito me impide quererme más.
sábado, 26 de enero de 2013
Despertar
Despierto tembloroso sin haber dormido, y recuerdo, que no siempre fue así. Que nuestro hoy es consecuencia de los pasos que dimos ayer. Complicados algunos, fallos, caídas. Grandes saltos otros. Pasos atrás, dubitativos, y pasos sencillos, que ayudan a sumar.
Y hasta aquí me invade el recuerdo. Caprichoso se marcha, dejándome solo e inseguro. Aislado.
Y el resto... El resto lo he olvidado. Como un sueño que te invade la mente al observar un sencillo gesto cómplice, que te hace recordar por un instante, y al siguiente te deja en blanco.
Quisiera saber si hay otros caminos, donde podamos ser libres. Caminar como solíamos hacer. Sin miedo. Con ilusión. Que alguien me refresque la memoria, por favor.
(...)
No toda respuesta es encontrar la explicación. A veces la solución es más sencilla. Si te relajas la observas con claridad. En cada momento percibes la decisión que será tomada, y simplemente, dejas que se lleve a cabo, te transporta, paso a paso. El duro inicio de la zancada, el suave balanceo intermedio, la caída final.
Si hoy es consecuencia del ayer, el mañana está aquí y ahora.
Y hasta aquí me invade el recuerdo. Caprichoso se marcha, dejándome solo e inseguro. Aislado.
Y el resto... El resto lo he olvidado. Como un sueño que te invade la mente al observar un sencillo gesto cómplice, que te hace recordar por un instante, y al siguiente te deja en blanco.
Quisiera saber si hay otros caminos, donde podamos ser libres. Caminar como solíamos hacer. Sin miedo. Con ilusión. Que alguien me refresque la memoria, por favor.
(...)
No toda respuesta es encontrar la explicación. A veces la solución es más sencilla. Si te relajas la observas con claridad. En cada momento percibes la decisión que será tomada, y simplemente, dejas que se lleve a cabo, te transporta, paso a paso. El duro inicio de la zancada, el suave balanceo intermedio, la caída final.
Si hoy es consecuencia del ayer, el mañana está aquí y ahora.
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