CAPÍTULO
1
El intenso pitido del despertador sonó por tercera vez, oportuno recuerdo de que el comienzo de un nuevo día no podía demorarse más. Como un rayo, Katia saltó de la cama, se puso lo primero que encontró en el armario, y se fue corriendo al instituto. No le dio tiempo a fijarse en nada, a decir adiós a sus padres o a su hermano, a comprobar que todo estaba en orden, que el devenir de los días seguía su camino, aparentemente tranquilo. Así es el tiempo. Se nos escapa cuando más lo necesitamos, y nos desborda cuando buscamos una salida.
Las clases ya habían comenzado, y los pasillos del instituto estaban desiertos. Los carteles de las paredes aún anunciaban el masivo concierto benéfico en el pueblo vecino, fijados allí por sus habitantes, más por compromiso que por esperanza, pues nadie en Sillicone Valley acudió a la llamada.
Al entrar en la clase todos clavaron sus fijas miradas en ella, extrañados por aquel retraso, aquella salida de la normalidad, pero acostumbrados a ver a su compañera en estas situaciones. El profesor la acompañó al pasillo para charlar con ella.
- Katia, es la tercera vez que llegas tarde este semestre, ¿Cuál es la excusa esta vez?
- No hay ninguna Señor Collins. He vuelto a quedarme dormida.
- Está bien. Entra en clase, pero espérame a la salida, iremos a comentárselo al director.
Al entrar en la clase todos clavaron sus fijas miradas en ella, extrañados por aquel retraso, aquella salida de la normalidad, pero acostumbrados a ver a su compañera en estas situaciones. El profesor la acompañó al pasillo para charlar con ella.
- Katia, es la tercera vez que llegas tarde este semestre, ¿Cuál es la excusa esta vez?
- No hay ninguna Señor Collins. He vuelto a quedarme dormida.
- Está bien. Entra en clase, pero espérame a la salida, iremos a comentárselo al director.
Como si eso fuese a cambiar las cosas. Como si en una simple charla se pudiesen compensar años de ausencia, de pasividad, de ignorancia – pensó Katia - Como si no supieses que tu mujer te engaña, y no pagases toda tu frustración con tus alumnos.
Katia era una chica muy intuitiva. Conocía los problemas de los demás con tan sólo mirarles a los ojos, como si a través de su mirada, transparente esfera, pudiese captar el reflejo de cada pequeña emoción.
En ese mismo instante, el profesor, casi arrepentido, hizo un ademán de retractarse de sus palabras, como si la compasión se hubiese apoderado de el por un momento, como si una pizca de humanidad aún recorriese sus venas, lejano recuerdo de lo que algún día fuimos. Pero duró poco más de un segundo, rápidamente entró en la clase de nuevo y continúo con la aburrida lección de historia.
En ese mismo instante, el abatimiento cayó sobre Katia. La ausente esperanza en una reacción distinta de su profesor, las esquivas miradas de sus compañeros, sus tímidos saludos, sus serios semblantes, no hacían más que sumar carga al pesado lastre que hace tiempo arrastraba.
Así era Sillicone Valley. La desidia paseaba a sus anchas por las calles, como una ciudadana más. Una invitada a la que todos los vecinos saludaban, y con la que se paraban a charlar, sin saber cuándo se estableció, ni por qué motivo no se quería ir. Sucedió hace años, nadie recuerda el momento exacto. Resulta complicado conocer en que instante comenzó. Quizá poco a poco. Es difícil establecer una fecha de inicio, un principio, un antes y un después. ¿Cómo saber que suceso fue más importante que su predecesor, o que decisión cambió todo para siempre, echándolo a perder?
Quién establece los principios y los finales carece de toda objetividad, y es su criterio inexorable el que marca los compases de nuestras vidas.
Quién establece los principios y los finales carece de toda objetividad, y es su criterio inexorable el que marca los compases de nuestras vidas.