Todo pasa, todo llega.
Y así, aquello que creías que recordarías siempre, se va borrando. Desaparece, y su huella es cada día menos visible. Aquel momento que duraría eternamente se fue volando, quizá buscando otro "yo" donde doler.
Es lo que tiene el tiempo, te guste o no, sigue su camino, y anclado a él, te invita a caminar. Aunque te resistas e intentes evitarlo. Aunque te enfades y cual niño enrabietado te niegues a dar un paso más. Así, en lugar de acompañar la vida con paso tranquilo, pasas a ser arrastrado por ella, y haces de cada momento un rasguño. No puedes decirle al tiempo cuando puede avanzar.
Pero cada experiencia trae algo nuevo, de todo se aprende. Aprendes a mirar más allá de tus propias narices y con sólo levantar la mirada descubres que no estás solo. No eres tú contra el mundo, ni el único que lucha. Ves el sufrir de los otros, sus batallas. Y te sientes pequeño e iluso. Pero no derrotado. Nuevo. Te redescubres, abres los ojos y ves la mano tendida hacia ti. Puedes cogerla y levantarte. Lo haces.
Entonces, sin la preocupación de ir a contrapulso, recuerdas paulatinamente lo bueno que te ofrece la vida. Ves la bondad y generosidad de ese alguien que tendió su mano. Ves la felicidad y alegría con la que puso tu brazo sobre sus hombros y no descansó hasta verte caminar de nuevo. Te ayudó a crecer, madurar. A cambiar odio por cariño , rencor por agradecimiento, dolor por felicidad.
Y hoy, menos perdido, me siento orgulloso a contemplar el atardecer de una época convulsa. Puede que las magulladuras sigan doliendo. Que la herida no haya cicatrizado por completo o que el corazón no haya recuperado aún su espontaneidad.
Pero eres consciente de que el paisaje ha cambiado y has regresado al camino.
Punto y seguido.